Decidimos dividir nuestra
estancia en Tokyo en dos marchándonos de excursión a la localidad
de Nikko para pasar un par de días. Esther había oído hablar muy bien
de este parque nacional y famoso por contar con varios templos y
santuarios considerado patrimonio mundial por la UNESCO y allá que
nos fuimos...¡qué gran idea!
El viaje de un par de
horas en tren nos acercó hasta allí y descubrimos un pueblecito
encantador ¡rodeado de nieve! Parecía imposible pero a tan sólo
una semana de haber estado en la playa pasando calor nos
encontrábamos con preciosos paisajes nevados...¡menos mal que hacía sol!
Nada más llegar, y para
aprovechar el día, fuimos al más importante de los templos:
Tosho-gu. Es un complejo que alberga varios almacenes, una pagoda de
varios pisos y un par de altares de consagración en honor a Buda.
Las construcciones son muy bonitas y la decoración improvisada de la
nieve nos hacía verlas aún más chulas. Además, pudimos ver de
cerca la escultura de madera que representa los llamados "monos
sabios" o "monos místicos" que tanto utilizamos hoy
en día con el whatssap... El significado de su nombre en japonés
quiere decir no ver, no oír y no decir y tradicionalmente se ha
asociado a no utilizar esos sentidos para huir del mal.
Otra de las estructuras
que visitamos, "Sleeping Cat", debe su nombre a la imagen
de un gato dormido. Tuvimos que subir un montón de escaleras, pasar
un frío de la pera porque ya estaba oscureciendo y para entrar a la
capilla principal quitarnos los zapatos...¡se nos quedaron los pies
helados! Aunque Esther intentó improvisar alguna técnica para no
pasar tanto frío durante la visita, jeje...
Cuando ya no sentíamos
ninguno de los dedos de manos y pies decidimos que era momento de ir
al que sería nuestro alojamiento para esa noche. El hostal que
elegimos resultó ser una gozada. Con toques tradicionales japoneses,
nos sentamos en suelo de madera y pusimos los pies junto a un brasero para poder tomarnos una taza
de cafetico para entrar en calor antes de que el dueño nos sugiriera
acudir a un onsen (algo parecido a un spa) para relajarnos y ganar
temperatura. El onsen estaba en un gran hotel cerca del nuestro y
disfrutamos de lo lindo porque lo tuvimos prácticamente para
nosotras.
A la mañana siguiente,
después de un sueño reparador gracias a una manta eléctrica que
estuvo ON toda la noche, pudimos contemplar las maravillosas vistas
desde nuestra habitación abuhardillada. Y luego improvisamos una
excursión de 5 km que comenzó con un puente sagrado, un rato de juego en un parque todo nevado, la visita a un
templo y cementerio donde encontramos un dios diferente y una consecución de unas 70 estatuas de las 200
originales que fueron arrasadas por una inundación ocurrida mucho
tiempo atrás.
Y todo este recorrido fue
a orillas de un río surgido por la erupción de un volcán cercano.
Deleitamos a nuestros ojos con montones de estampas que por supuesto
hemos recogido en forma de FOTOS. Y dimos fin a la excursión con un
majestuoso puente que nos llevó de nuevo al pueblo y de paso...a la
realidad. ¡Volvemos a Tokio!
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